domingo, 1 de agosto de 2010

Cuento

A Tim lo conocí gracias a Chloé; ella lo presentó en uno de nuestros típicos encuentros de sábado por la noche. Recuerdo que minutos antes había despedido a Hans, el mayordomo, así que al sonar el timbre atendí yo.
Me sorprendió verla a Chloé acompañada de un hombre negro.
-Buenas noches, querido- saludó ella - él es Tim.-
-Hola señor, mucho gusto- y tendió su brazo envuelto en un fino traje azul.
Nunca le había dado la mano a un hombre de color.
-Hola Tim, mucho gusto, bienvenido a mi mansión-
Tomé sus abrigos y pasamos a la sala dónde conversaba el resto.
La sorpresa en la cara de mis otros 4 amigos no fue menor, pero todos ellos son gente muy educada.
Saludaron a Tim y un rato más tarde nos encontrábamos comiendo.
Terminada la ronda de postres (que serví yo, ya que Hans se había retirado) los invité a pasar al garage y, como de costumbre, nos subimos los siete a mi limusina. Solíamos viajar a mi casa de la sierra para despertar allí al otro día y disfrutar de mis caballos.
En el camino, Robert le preguntó a Tim cómo fue que se quedó hemiplégico.
Tim se limitó a decir que fue un accidente y enseguida se puso a tararear algo.
-Seguro el accidente fue porque llevabas puestos esos anteojos oscuros como ahora; una costumbre de negros eso, ¿verdad?- dijo Robert mirando por la ventana.
Tim se limitó a mirarlo y Chloé mute.
Yo continué manejando.
Al llegar a mi casa de campo bajamos todos de la limusina, menos Tim, que estaba sentado en el último asiento, a la derecha, contra la ventana.
No nos preocupaos demasiado y entramos a guarecernos del frío.
Alguien encendió el televisor en la sala de estar y el noticiero mostraba mi casa de campo desde afuera. Era en vivo. El cartel decía: "LIMUSINA SE INCENDIA EN ESTANCIA SIOMBRELLA".
A ninguno de nosotros nos sorprendió que:
1-El noticiero informase así como si nada sobre un evento que sucedía en mi campo, a las 3 de la mañana lejos de todo "sector instantáneamente televisivo".
2-La limusina se incendiase con Tim adentro, de la nada.

Todos nos sentamos en gran sofá de roble a ver el noticiero. Clhoé cerró las cortinas.
Una única cámara cubría la escena y no había periodista alguno relatando o comentando el hecho. Sólo se escuchaba el crepitar del fuego y a Tim tarareando.
La cámara hizo un zoom hacia el sector dónde se encontraba sentado el negro de traje azul. Entre las llamas lo único que se veían eran sus anteojos oscuros de negro flotando a la altura de dónde había estado (o estaba) su cabeza.
Enseguida sonó el timbre y al atender (Hans no nos había acompañado porque lo despedí en mi casa de la ciudad) no me sorprendió ver a la madre de Tim con un álbum de fotos.
No la conocía, pero sabía que era ella. Vestida de azul y tan negra como su calcinado hijo.
Abrió el álbum de fotos y me mostró fotos de Tim tocando la trompeta.
-Él era increíble ¿sabe?- me dijo y siguió mostrándome fotos dónde se lo veía a Tim en la camilla de un hospital, haciendo una mueca que pretendía ser una sonrisa (debía ser después del accidente que lo dejó hemipléjico).
La invité a tomar una taza de té. La bebió mientras miraba el noticiero.
-¿me puede pedir un taxi?- y yo se lo pedí enseguida.
Llegó el taxi y sentí deseos de acompañarla. Ella, como si hubiese adivinado mis pensamientos, me invitó a subir.
El taxista no tenía un volante. En lugar de la guantera había un teclado de piano.
Comenzó a tocar las mismas melodías que tarareaba Tim, pero erraba siempre cerca del final de cada una.
-¿Saben? eso que hacía Tim era fantástico- comentó el taxista- yo no podría hacerlo con esa naturalidad ni en 100 años-.
-Sí, pienso igual, señor- comenté.
-El pobre era hemiplégico- dijo la madre y se abalanzó sobre el cuello del taxista.
-¡MALDITO HIJO DE PUTA! ¡MI HIJO NO TOCABA EL PIANO! ¡ÉL ERA TROMPETISTA!-
Y yo, que entendía la situación mejor que nadie, saqué unos billetes del bolsillo, los dejé sobre el asiento y me arrojé del taxi, que en ese momento sobrevolaba mi casa.

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